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El peaje al principio

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El otro día volví a escuchar esa frase.

Últimamente la escucho a menudo. ¿Será porque es verdad?
Tal vez simplemente cada día más gente hace intentos desesperados
por justificar sus actos. Los suyos y los de la vida.
La vida es complicada.
Tanto que merece la pena vivirla.

                                           “Todo pasa por algo”

 

reason

Hace tiempo tuve una conversación con una vieja conocida.

Pongamos que se llamaba Marina.

Ella vivía en Madrid con su familia y veraneaba desde pequeña en un pueblo de Santander. Conocía a Álvaro desde que tenían uso de razón, porque cada verano sus familias pasaban un mes en la misma urbanización. Así que eran el prototipo de amor-de-verano-desde-la-infancia-que-parece-no-ir-a-acabar-nunca. De esos en los que jugabas a polis y cacos, te intentabas escapar de la urbanización e intercambiabais los helados y los chicles. Hasta que te haces mayor y se acaba. Como todo.

Intentaré ser breve: Marina creció y dejó de pasar todo el verano en Santander para empezar a hacer lo que hacemos todos: viajar con sus amigos, hacer prácticas de verano, mentir a sus padres diciéndoles que estaba en Valencia en casa de los padres de una amiga cuando estaba en Cádiz con un chico que a penas conocía, emborrachándose en la feria de Sevilla y asaltando casetas ajenas y tomando el sol sin protección solar…esas cosas.

sevilla

Empezó a salir con David. Empezó y parecía que no iba a acabar nunca. Compartieron cinco años de su vida. Si nos hubieran preguntado a cualquiera de sus amigos, hubiéramos dicho que se acabarían casando.

PERO NO.

David se fue a hacer un Master a Londres. El plan era que, una vez acabara el Master y volviese a Madrid, Marina y él se irían a vivir juntos.

Cuál fue la sorpresa de Marina cuando, en una de sus visitas a Londres, se enteró de que los planes de David habían sufrido un pequeño cambio desde que conoció a Julia.

Julia 1- Marina 0
No novio, no casa, no boda, no NADA.

Sé que la historia parece un tópico sacado de una película de amor rancia. Pero por un momento me gustaría que os pusieseis en esa situación y os imaginaseis la cara de imbécil que se os quedaría. De pronto, todo lo que has construido durante cinco años desaparece de una patada. Así, sin más. Si, una putada. Horrible y muy gorda.

Pero mientras me contaba la historia de cómo su vida se fue a la mierda una soleada mañana de verano, Marina me dijo: “¿Pero sabes qué? Que ahora sé que te todo pasa por algo”.

Yo me quedé mirándola pensando “pobre, está tan mal que se ha vuelto loca y ahora me va a contar la de que tenía que ser así porque los caminos de la gente se dividen y entonces las constelaciones y los planetas hacen que…

El caso es que a su vuelta a Madrid, los padres de Marina organizaron una cena a la que estaban invitados los padres de Álvaro, el cual, casualidades de la vida, fue a llevarles a la cena y se encontró con Marina.

¡Oh! Reencuentro.

 Y él ya no llevaba brackets, y ella ya no llevaba trenzas. Y él ya no era una hormona con patas y ella ya no era aquella niña inocente. Y él se acordó de por qué siempre le había gustado esa chica. Y ella entendió que a veces las cosas sí pasan por algo.

Os podéis imaginar como acaba la historia.

reencuentro

Pues bien, como iba diciendo, el otro día volví a escuchar a alguien decir que todo pasa por algo. Y me acordé de Marina. En realidad me acordé de muchas cosas, porque mirando atrás es cuando nos damos cuenta de los “porqués”. Como dijo el bueno de Steve Jobs, sólo podemos conectar los puntos mirando hacia atrás.

Hace años me hubiesen tenido que torturar para que afirmase que todo pasa por algo. Yo era más de cabrearme con el mundo. No me daba cuenta de que en realidad sólo me enfadaba conmigo. Y creedme, desenfadarse con uno mismo es una tarea difícil.

Así que ahora, en un acto de evolución, diré que no sé si TODO pasa por algo.
Si lo supiera no escribiría un blog acerca de lo que pienso. Escribiría un blog sobre las verdades de la existencia humana. Y os solucionaría la vida. Y me forraría. Y…en fin, no es el caso.

 Sólo diré que hay cosas que sí pasan por algo. Y no sólo lo digo yo.

                                                                            

Paulo Coelho dijo que a veces el Universo conspira para que consigas lo que quieres. Y es posible que no estuviese tan lejos de la verdad.

A veces, Dios, Buda, Alá, el Universo, la Vida o como quieras llamar a lo que sea que esté allí arriba o abajo, hace las cosas por algo. Y normalmente nosotros tardamos mucho tiempo en entender el por qué.

Pero seguro que todo esto te suena de algo, seguro que mirando atrás alguna vez te diste cuenta de que si no fuese por lo que te pasó, ahora no estarías donde estás. Que aquel momento en el que pensabas que ya nada merecía la pena no era otra cosa que el principio de algo mucho mejor. Seguro que tu también has entendido alguna vez que eso te había pasado por algo.

 things

Que a veces la vida nos golpea para darnos forma, y nosotros nos cabreamos con ella, porque a nadie le gusta cambiar a la fuerza. Pero a veces esa es la única forma de cambiar. Y como dicen, el cambio es la única constante.

Hay momentos en los que la vida se convierte en un ring de boxeo. A veces ganas. Y a veces pierdes. A veces te pegan con tanta fuerza que cuelgas los guantes. A veces duele más una palabra bien dicha que un golpe mal dado. Y normalmente los golpes nos hacen encontrar la palabra correcta.

A veces no nos damos cuenta de que suelen ser los grandes problemas los que tienen solución. Así que nos enfadamos. Nos enfadamos tanto que la rabia no nos deja ver, no nos deja darnos cuenta de lo que realmente merece la pena a nuestro alrededor. De hecho, en esos momentos nos parece más interesantes deprimirnos, emborracharnos, fumar y gritar. Ah, y echarle la culpa a los demás. Por supuesto.

A veces hay que ser valiente. Pero antes de ser valiente hay que saber qué significa serlo. Acuérdate siempre de que el truco de los valientes es no decir nunca que tienen miedo. Pero lo cierto es que todos lo tenemos alguna vez. Sí, a veces la vida son golpes y empujones. Y a veces, al contrario de lo que dicen, no hay mejor ataque que una buena defensa.

A veces todos necesitamos dejarnos caer. Caer, caer, caer…hasta el fondo de nosotros mismos. Hasta el final. Y sólo cuando tenemos la cara pegada al suelo y hemos tocado fondo, empezamos a nadar hacia arriba. Sin parar.

Que si, que hay cosas que se nos graban en la retina. Que hay golpes que no se olvidan jamás. Pero tampoco te olvides de que cada golpe nos hace más fuertes. Que en la vida se aprende a base de palos. Y que si la vida te da palos, te hagas una cabaña.
Y que aunque ahora no entiendas nada, algún día lo entenderás. Así que deja de hacer tantos planes. Dedícate a otra cosa.

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Nos negamos a entender que cuando algo termina es porque tenía que terminar.
Todos. No sólo tú.

Desde pequeños nos han acostumbrado a aborrecer los finales. Cuando estábamos viendo nuestra película de dibujos favorita (la cual habíamos visto ya 256 veces) y nos apagaban la tele porque era hora de ir a la ducha, nos enfadábamos. Una vez estábamos en la bañera jugando con el patito de goma o desnudando a la Barbie o Action Man de turno y nos cortaban el grifo porque era hora de ir a leer un cuento, nos enfadábamos. Porque aunque habíamos dejado nuestra película favorita, le habíamos cogido el gustillo a la bañera.
Y así, suma y sigue.

Aunque ahora no puedas verlo, la vida te acaba llevando a donde tienes que estar. Si tiene que hacerlo a patadas lo hará, pero cuanto antes entiendas que a veces es así porque así tiene que ser, antes entenderás muchas otras cosas.

Recuerda siempre que a veces hay que pagar peajes para llegar a los sitios, que constantemente hay cosas acabando y empezando. Pero sobre todo ten siempre claro que hay principios que valen el precio de un final.

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ECGXIII.


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