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Channel: El Cajón de Gatsby
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Feliz San Blablabla

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No pensaba escribir nada relacionado con San Valentín. Pero me lo han pedido, y como siempre me costó decir que no, aquí estoy. Qué decir de semejante día. Seré breve.

Sé que lo que voy a escribir me va a merecer unos cuantos comentarios de ánimo. Pensaréis que escribí esto previo paso a subirme a una farola y amenazar con saltar. Pero prometo que no, que simplemente es lo que pienso.

Bajo mi punto de vista, el día de San Valentín siempre fue una especie de Noche Vieja del amor. Un día en el que se pretende demostrar que el amor existe, que todos nos queremos, que nada será capaz de romper nunca la gran unión que existe entre… BLA, BLA, BLA.

valentine

Siendo fiel a mis principios no puedo evitar sentir cierto escepticismo hacia esta fecha ‘tan señalada’. Empecé a sentirme así a partir del momento en el que un buen 13 de febrero tuve una discusión monumental con cierta persona, de esas en las que vuelan platos y vasos y tienes que esconderte detrás del sofá a modo de trinchera y esperar a que el monstruo del Lago Ness abandone la estancia para después poder contabilizar los daños de mobiliario.

Cuál fue mi sorpresa cuando a la mañana siguiente, de repente, nada había pasado. Y entonces lo entendí todo: se pensaba que porque la fecha de la pantalla de su móvil sumaba un día más, podíamos jugar a eso de que ‘si no se habla de ello no existe’. Pero no es así. Por lo menos no para mí, vaya.

No puedes lanzar un mando de la Play Station por la ventana y pretender que al día siguiente alguien aparezca con un ramo de flores en la puerta de tu casa. Porque no va a pasar. Los hombres son simples, pero no tanto.

Tampoco puedes pretender que una caja de bombones y una cena a la luz de las velas borren las palabras desafortunadas que has dicho durante un año. Porque tampoco va a pasar. De hecho, a modo de apunte, un sabio dijo que las mujeres no tienen memoria, tienen rencor. Así que aunque tengas acciones en Nestlé, no lo vas a solucionar.

Habrá quien piense que soy un ser insensible y que voy por el camino de convertirme en la definición gráfica de la soledad, pero la frase ‘mejor sólo que mal acompañado’ caló hondo en mi persona. Tengo la mala costumbre de pedir afecto, amor y respeto todos los días del año, no sólo los 14 de febrero.

cold

Y como esto no sólo me pasa a mi, desde hace tiempo este día es conocido en mi grupo de amigos como el día de San Blablabla. Sí, Feliz San Blablabla. Porque las palabras se las lleva el viento, las flores se marchitan y los bombones se derriten. Y porque en realidad, no necesitamos una fecha concreta para demostrarle nada a nadie.

Para terminar, decir a los que tenéis con quien pasarlo que disfrutéis. Y a los que no, dad gracias a que este año haya caído en viernes.

Ah, y para los que tienen planeado terminar la noche agarrados a la barra de un bar: no llevéis la tarjeta de crédito, guardad las llaves de casa a buen recaudo, y os dejo un regalito de Dani Flaco.

“Ni se te ocurra volver por aquí si un Gin Tonic me devuelve a tu memoria y descubres que ya no te canto a ti.
Ni se te ocurra volver por aquí cuando esa canción de Quique ya no duela.”

 

ECGXIII.


Hacerse pequeño

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Anoche, en medio de una interesante conversación con vino tinto de por medio, alguien me dijo algo que nos han dicho a todos: “lo entenderás cuando tengas mi edad”.

En ese momento no le di más importancia de la que aparentemente puede tener una frase dicha sin más en un momento que no tenía nada de particular. Pero al llegar a casa me acordé de uno de los libros que creo que todo el mundo debería tener el placer de haber leído aunque sea una vez en la vida: ‘Martes con mi viejo profesor’, de Mitch Albom. En concreto, me acordé de una conversación:

-Pero si es tan valioso envejecer, ¿por qué dice siempre la gente “Ay, si yo volviera a ser joven”? Nunca se oye a nadie decir: “Ojalá tuviera sesenta y cinco años”.

-¿Sabes lo que se trasluce en eso? Vidas insatisfechas. Vidas no realizadas. Vidas que no han encontrado sentido. Porque si has encontrado un sentido en tu vida, no quieres volverte atrás.

Y me quedé pensando acerca de todo esto de hacerse mayor y de entender más cosas cuanto más viejo eres. Y si bien es indiscutible que los años dan una experiencia que no se puede encontrar en otra parte, acabé cayendo en la cuenta de que también son las escaleras por las que sin darnos cuenta nos vamos alejando de cosas cuya importancia también es obvia. Sólo que se nos olvida.

Puede que los años acaben dándome una colleja mientras veo a mis nietos jugando al fútbol en el jardín. Pero también puede que no me equivoque si digo que hacerse mayor es igual de importante que hacerse pequeño y que al final hacerse mayor sólo significa saber cuándo puedes ser un niño y cuándo no.

No es que sufra de síndrome de Peter Pan o tenga algún tipo de fobia a admitir que los días pasan para todos. Nada más lejos de la verdad, porque lo cierto es que la gran mayoría de personas a las que admiro han sobrepasado ya la cincuentena. Y a mucha honra. Lo que me recuerda otra frase de Amadou Hampâté Bâ, que me parece como mínimo para enmarcar:

“Quand un vieillard meurt, c’est une bibliothèque qui brûle” – “Un viejo que muere es una biblioteca que se quema”

Volviendo al tema. No entiendo las prisas por perder cualquier rastro de inocencia. No comprendo cómo es tan fácil olvidarse de lo valioso que es dudar, preguntar y entender las cosas por lo que son, no por los mil significados ocultos que nos hemos empeñado en que tengan.

Y aquí es donde tomo mi primera decisión. Me he propuesto tener el libro de El Principito a mano, para leerlo de vez en cuando y no olvidarme de lo realmente importante, de lo que es invisible a los ojos. Supongo que casi todos lo hemos leído alguna vez cuando éramos pequeños. El problema es que deberíamos leerlo cuando nos hacemos mayores. Deberían pedirlo como un punto imprescindible del Curriculum Vitae:

- “Las personas mayores nunca son capaces de comprender las cosas por sí mismas, y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones.”

- “A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: “¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?” Pero en cambio preguntan: “¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?” Solamente con estos detalles creen conocerle.”

-“Conozco un planeta en el que vive un señor muy colorado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas. Se pasa el día diciendo: “¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!”, lo que le hace hincharse de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!”

-“¿Y de qué te sirve poseer las estrellas?
-Me sirve para ser rico.
-¿Y de qué te sirve ser rico?
-Me sirve para comprar más estrellas.”

-“Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos”

principito

Y podría seguir, pero me voy a parar aquí. Qué difícil se nos hace encontrar cosas únicas en el mundo cuando crecemos, qué rápido nos olvidamos de que los amigos también se riegan, qué poca gente es capaz de saber cuándo hay que parar. Con qué facilidad nos dejamos flotar hacia la superficie y qué pocas veces nadamos hacia el fondo de las cosas. No tenemos tiempo para pararnos a coger aire.

Yo también tuve la suerte de tener un viejo profesor, y lo que le hacía extraordinario es que no había dejado de ser un niño en ninguno de sus casi ochenta años, que se dice pronto. Lo que le hacía especial para mí es que fue la única persona capaz de hacerme la pregunta correcta en el momento exacto: “¿Qué hubiese hecho tu ‘yo’ de hace diez años?”

Me hizo ver que yo, sin tener casi la tercera parte de su edad, ya me había empezado a olvidar de lo importante que es no olvidarse de ser pequeño, porque sólo quería ser mayor.

Así que diré que sí, que probablemente dentro de treinta años comprenda cosas que ahora no soy capaz siquiera de imaginarme. Pero también diré que no me servirá de nada tener una larga agenda de contactos si a las tres de la mañana no tengo a nadie a quien llamar.

Que sí, que todos tienen hijos, pero no todo el mundo es capaz de aprender algo nuevo de ellos. Que vale, que todos creemos encontrar al amor de nuestra vida en algún momento, pero yo quiero echarme un baile con esa persona en bata y pantuflas en el salón de mi casa cuando sepa que igual no llego al verano que viene.  Que no quiero suspirar por volver a tener veinte años, porque no quiero que se me olvide lo que se siente cuando los tienes.

Que sí, que todos nos hacemos mayores, pero que también hay que hacerse pequeño.

Two of us

ECGXIII.

SEMAFORO EN AMBAR

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Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante.
La vida, en realidad, es una calle de sentido único.
Agatha Christie

La semana pasada asistí a un acto de graduación. No fui yo quien vistió una toga y recibió un diploma, tampoco era yo quien se lanzaba a una nueva etapa de su vida, pero algo hizo click en mi cabeza. Creo que no miento si digo que aquellas dos horas de discursos interminables me sirvieron más a mí que a la gran mayoría de los allí presentes, y eso que la cosa no iba conmigo.

Después de un mes viéndolas venir fui a parar a un anfiteatro lleno de personas a las que les dijeron cosas que creo que a ninguno nos viene mal oír. Y me dije que qué menos que compartirlas con vosotros. Sobre todo con aquellos que están viviendo uno de esos momentos que son como cuando apoyas la cabeza en la puerta del microondas mientras miras una taza de café dar vueltas y los minutos parecen no pasar. Ya sabéis a lo que me refiero.

Antes de nada quiero aprovechar para dar las gracias. Es cuando menos consolador saber que si algún día me pierdo en una isla desierta, me alargo en un juernes al sol o me atasco poniendo un punto y aparte alguien se dará cuenta.

Captura de pantalla 2014-03-13 a la(s) 19.43.12

En fin,  voy al grano. Lo que quiero deciros es que sea lo que sea que hayáis decidido hacer con vuestra vida, lo mejor que podéis hacer es intentar ser los mejores. No hablo sólo de ser el mejor de todos, sino el mejor tú mismo, con todo lo que ello conlleva, porque las cosas que se hacen con pasión suelen estar bien hechas.

Tened claro que el corazón y la cabeza son la única caja fuerte que nadie puede abrir. El dinero, los relojes, las casas, los bolsos, los coches, los móviles, los ordenadores…todo eso se puede robar. Pero la educación, los valores, los recuerdos, los momentos que ensanchan el alma, no te los puede quitar nadie. Los relojes se paran, los coches se rompen y las casas se caen, pero lo otro nos acompaña hasta que morimos.

Por favor, sed vuestra mejor versión y aprended a esperar lo mejor de vosotros antes de esperar nada de los demás. Quereos y cuidaos a vosotros mismos, no olvidéis que es vuestra cara la primera que vais a ver en el espejo cada mañana durante el resto de vuestra vida. Aseguraos de que tenéis las manos limpias antes de señalar a nadie y acordaos de sacar la basura todos los días, no os acostéis con una montaña de bolsas  llenas de cosas que no tienen valor alguno. Las moscas siempre encuentran la manera de entrar por las ventanas.

Haced lo que podáis por cambiarle la vida a alguien. Sed el motivo por el que otra persona se levanta e intentad dejar cada lugar al que vayáis un poco mejor de lo que estaba cuando llegasteis. No alberguéis odio, con el tiempo todos aprendemos que pesa más la rabia que el cemento.

Encontrad aquello que os gusta hacer y dejad que sea lo que os defina, no hablo sólo de trabajo. Vivid vuestra vida, porque sólo tenéis una y cuando nos empeñamos en vivir los sueños de los demás al final se convierten en pesadillas. Y aunque os reencarnaseis en un delfín no volveríais a tener las oportunidades que tenéis ahora. Negaos a pensar que todo está inventado. Si todo el mundo hubiese pensado eso hoy en día no habría ordenadores y probablemente no estaríais leyendo esto.

Nunca os olvidéis de donde venís, porque con los años os daréis cuenta de que eso marcará cada nuevo camino que elijáis. Tened siempre un puñado de buenos amigos y una botella de tequila a mano, porque el corazón a veces duele, pero cada golpe precede un paso al frente. Rodeaos de las mejores personas que encontréis, porque nadie se construye sólo y cobarde es aquel que no es capaz de pedir ayuda.

Aprended a decir ‘perdóname’ y ‘te perdono’, porque aunque son las palabras que menos se utilizan también son las únicas que pueden cambiar las cosas en un momento dado. El rencor ha hundido más barcos que todos los icebergs del océano.

Haced algo que vuestro ‘yo’ futuro os pueda agradecer, y no os olvidéis de decir gracias. Compartid las cosas buenas que os de la vida. Y digo compartir, no dar limosna. Compartir es dar parte de algo que posees y que tiene valor, no es dar lo que te sobra y no necesitas.

Si podéis, tened un perro y aprended de él. Llegado el momento os daréis cuenta de que la lealtad no tiene precio. Además, nunca volveréis a encontrar a nadie que se haga pis de la emoción cuando os vea entrar por la puerta de casa.

lion

Pensad dos veces antes de juzgar los actos de los demás. No importa lo que penséis ni cuán claros tengáis vuestros principios. No importa lo que digáis o hagáis, porque la vida siempre encontrará la manera de haceros entender que nunca estarás lo suficientemente seguro de algo. Que las cosas cambian, cambian continuamente igual que lo hacemos nosotros, y ‘nada’ no siempre significa ‘nada’ y ‘nunca’ a menudo tampoco significa ‘nunca’.

Aprended a decir adiós, porque incluso las historias interminables se acaban alguna vez, queramos o no. No seáis tan estúpidos como para pensar que todo lo malo se olvida. Los baches no siempre están en el camino, a veces están en nosotros mismos y lo mejor que podemos hacer es aprender a saltarlos tantas veces como sea necesario.

Dejad que sea la vida la que os ponga las barreras, no construyáis murallas a vuestro alrededor porque algún día querréis saltarlas y no podréis. Dejaos los cuernos por lo que queréis, no hay mejor recompensa que la que se obtiene haciendo algo simplemente porque te da la real gana. Escuchad todo lo que la gente tiene que decir. No seréis los primeros en aprender algo valioso de un enemigo. Tened piedad y sed humildes, no olvidéis que incluso el demonio quiere a sus hijos.

Aprended a guardar silencio pero ni se os ocurra callaros cuando veáis algo injusto, porque todo gran cambio en la historia empezó con un grito. Escuchad a vuestros padres, aunque sólo sea de vez en cuando, porque algún día os acordaréis de ellos cuando no sepáis qué hacer. Elegid a quién queréis seguir hasta el fin del mundo y hacedlo, aunque os llamen locos, aunque las turbulencias estén aseguradas. Hay vistas que siempre merecen la pena.

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Buscad un lugar al que volver, porque tarde o temprano lo necesitaréis. Queda muy bien decir que se es de todas partes y de ningún sitio, pero a la hora de la verdad todos necesitamos cobijo. Mejorad a vuestros padres y dejad que vuestros hijos hagan lo mismo con vosotros cuando los tengáis porque sentir orgullo por ellos será una de las mejores experiencias que viviréis en la vida. Cuando toméis una decisión llegad hasta el final, porque sólo así podréis decir que lo habéis intentado. No perdáis de vista que todo esfuerzo tiene una recompensa y que lo que se siembra se recoge.

Comeos el mundo, porque si no el mundo os comerá a vosotros. Id con todo o no vayáis, pero no viváis la vida a medias, el mundo ya va servido de mediocridad. Buscad un motivo para ser felices, porque en las horas más bajas necesitaréis recordarlo para volver a levantaros. Tomad vuestras propias decisiones porque la vida, al fin y al cabo, es como un semáforo en ámbar: tú decides si te paras o sigues.

Dedicado a P.: trust your gut.

Agradecimientos a @BorjaPonce, por el empujón musical que me faltaba.

ECGXIII.

De cero a diez

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“Me puede gustar un hombre tanto como una mujer. Me seducen las mentes, me seduce la inteligencia, me seduce una cara y un cuerpo cuando veo que hay una mente que los mueve que vale la pena conocer. Conocer, poseer, dominar, admirar. Yo hago el amor con las mentes. Hay que follarse a las mentes.” – Dante en Martin (Hache)

-¿Crees que la gente es mala por naturaleza?
-No, simplemente donde tú ves un 10 yo veo un 0
-No entiendo a qué te refieres
-Sí, verás. Cuando tú conoces a una persona partes de la base de que es un 10, y poco a poco te va decepcionando hasta que piensas que es un 0. Yo, por mi parte, cuando conozco a una persona la veo como un 0 que tendrá que demostrarme, si quiere, que puede ser un 10.”

En aquella breve conversación se resumió la manera en la que hace muchos años decidí vivir mi vida. Antes de que nadie se lance a decir que los hombres nacen buenos y que hay que ver las partes positivas de cada persona, diré que en este post no estoy hablando de maldad.

Más bien estoy hablando de lo que tiene una mente que merece la pena. Por lo menos para mí. Estoy hablando de lo que últimamente ya no se hace. Estoy hablando de follarse a las mentes, de los ceros que se convierten en dieces, de los dieces que te recuerdan por qué hay personas por las que estaríamos dispuestos a cualquier cosa a cambio de nada. Hablo de las mentes maravillosas.

A lo largo de mi vida he tenido la suerte de encontrarme con todo tipo de gente. Me he encontrado con el tipo de persona de la que no esperas nada y no te da nada, con la persona de la que no esperas nada y te lo da todo, con la persona de la que lo esperas todo y no te da nada y por último con las personas de las que lo esperas todo y te lo dan todo. Las últimas, las menos, por supuesto.

Al final, después de atravesar ese complicado momento en el que nos damos cuenta de que nadie es perfecto y de que la decepción duele más que el enfado, comprendí que cuando esperas algo de alguien y ese alguien te da exactamente ese algo, es que has conectado a la perfección, aunque sea por un breve instante, con otra mente. Y os puedo asegurar que no tiene precio. De hecho, es probable que sea una de las pocas cosas que no tienen precio hoy en día.

Y cuando te pasa eso, no quieres parar. Cuando encuentras una mente capaz de ir de cero a diez, adelantándote por la derecha y retándote a que tú también lo hagas…eso, amigos, eso es rematadamente sexy, y no eso que nos hemos inventado de las tartas de diseño y las tallas irrisorias.

Hemos ido a parar al siglo de los aviones que van y vienen, de los que van y no vienen nunca más nadie sabe bien por qué y de los que vienen que mejor que no hubiesen venido nunca. Vivimos en el siglo de las distancias cortas y las relaciones a distancia y todavía no hemos entendido que basar cualquier relación en un aspecto físico significa firmar de antemano un contrato de caducidad. Porque hemos dejado de hacer el amor con las mentes y hemos reducido la curiosidad a un montón de sábanas.

¿Pero y qué hay de lo que mueve al cuerpo? ¿Qué hay de vosotros? Sí. ¿Qué hay ahí dentro? ¿Algo que merezca la pena ser contado? ¿Hay algo en vosotros que un ciego sería capaz de ver?

Me refiero a eso que os mantiene despiertos desde las siete a la mañana hasta a las doce de la noche, lo que hace que los lugares a los que vais sean un poco diferentes a vuestro paso y lo que hace que las demás personas se pregunten por qué no os han conocido antes. Me refiero a lo que marca la diferencia entre una col de Bruselas y una persona. A eso que hace que a veces, sin conocer de nada a alguien, digamos que hay ‘feeling’, músculos y curvas aparte. Me refiero a las piezas de un puzzle cuando encajan.

Siempre he pensado que los humanos somos extremos en busca de un medio que nos haga socialmente aceptables. Por eso creo que los extremos se atraen, porque a veces la única manera de encontrar el equilibrio es encontrar una mente maravillosamente opuesta a la nuestra. Por eso creo que hay mentes que encajan a la perfección. Por eso hay que follarse a las mentes.

Por eso os invito a intentarlo, a no parar de hacerlo si sabéis de lo que hablo. A ser ese alguien de quien otro alguien espera todo, y darlo todo. Darlo extremadamente todo. Os invito a trabajar eso, esa parte de vosotros que no se ve pero que marca la diferencia entre vosotros y los demás, porque lo último que se arruga siempre es la inteligencia. Hacedlo, porque siempre es mejor compartir cuarenta años de cama con alguien con aspiraciones mentales que con alguien con la mente aspirada. Sí, porque a buen entendedor pocas palabras bastan. Dejémoslo en que hay cabezas que valen miles de kilómetros, y otras que no valen ni una parada de metro, por supuesto. Y espero sinceramente que la vuestra sea una de las primeras.

de cero a diez

Os invito a que os atraigan las mentes que ven soluciones ante los problemas, las que saben lo que es importante y lo que es accesorio, las que nunca tienen suficiente. Bailad con las mentes claras que esconden algo que no comparten con cualquiera y aquellas capaces de guardar un secreto, bailad con las mentes que son como la heroína.

Buscad las mentes que cambian el mundo porque están diseñadas para ello y no saben hacer otra cosa, las mentes que te retan a hacerlo todavía mejor cuando las cosas no pueden ir peor de lo que van. Acercaos a las mentes que son como un bidón de gasolina esperando a que alguien encienda una cerilla, porque llegado un momento os daréis cuenta de que ese es el tipo de mente con las que nunca te cansas te hacer el amor, o lo que sea que se hace ahora.

Os invito a mirar en las mentes que encuentran en la adversidad una manera de hacerse más fuertes, las que van de frente porque los perfiles sólo muestran la mitad, las que hacen que no puedas consumirlas de manera responsable, las que han comprendido que la vida es tan corta que si no haces lo que quieres al final es como si no hubieses hecho nada.

Os invito a que hagáis algo de lo que nunca os vais a arrepentir.

jack-nicholson

PD: Al número 6, por multiplicarse por dos y valer kilómetros. Al 13, porque pasan los años y seguimos contando hacia arriba. Al 14, porque hay libros y mentes que nos recuerdan por dónde se empieza y hasta la oveja más estúpida sería capaz de verlo. Al 22, por enseñarme a contar.
A T.P., porque los hermanos son dieces que marcan nuestra vida.
A N., porque la vida siempre merece la pena.

ECGXIII.

Lo que no gritamos

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“Such silence has an actual sound, the sound of disappearance.” - Suzanne Finnamore

A lo mejor si camino de lado no se nota tanto. ¿Un sombrero, tal vez? No, no. Mejor unas gafas de sol. Si me pongo una bolsa en la cabeza seguro que nadie se da cuenta. Siempre me dijeron que las heridas se curan al sol. Pero joder, cómo escuece.

Si lo hubiese sabido, hubiese gritado. Si alguien me hubiese contado que el silencio cortaba, me hubiese tapado los oídos y hubiese gritado esa canción a pleno pulmón. Hasta que se rompiesen los cristales. Si hubiese sabido que el ruido que rodeaba tus cuatro costados no era más que el hilo musical de un supermercado abarrotado de gente que no sabe quien eres, hubiese gritado. De verdad, lo prometo.

Nos preguntaron si teníamos algo que decir. Nos dijeron que hablásemos siempre o nos calláramos ahora. Nos salió la culata por el tiro y cuando se cerró la puerta se nos bloquearon las ventanas. Y claro, de pronto ves que no tienes a nadie quien denunciar, porque el arquitecto eras tú. Compramos sobre plano y, como a tantos otros, nos pararon la obra. Qué bonito es pensar que esto es diferente.

¿Y ahora qué? Diecinueve días, quinientas noches y mil trescientos domingos, supongo. Ahora que ya no hay tortillas a las que dar la vuelta, habrá que darle vueltas a otra cosa. Mariposa. Me pregunto cuál de todas ellas ha batido sus alas al otro lado del mundo. O de lo de que queda de él, claro.

No preguntes. Sé cordial. Camina recto. Primero un pie y luego el otro. Levanta la cabeza. Finge, no sea que a una de las 7000 millones de personas que habitan el planeta le dé por sospechar que algo va mal. Deja que los viernes se vistan de largo, y asegúrate de que la cola arrastre por lo menos hasta el martes. Dos días malos los tiene cualquiera. Y vuelta a empezar. Por cierto, acuérdate de pedir que no te pongan limón en la copa, que somos fuertes, pero no tanto.

gos

Mira al techo de tu habitación, es una de las pocas cosas que seguro que no se mueve de ahí en mucho tiempo. Pídele a la vecina de arriba que no se ponga los tacones hasta que no se ponga el sol, por favor.

Dile al espejo que no se preocupe, que sólo es cuestión de tiempo. Que todo lo que entra sale y todo lo que sube baja, que sólo te has tragado una espina y no sabes dónde has puesto el pan. Bueno, qué narices, no le des explicaciones, él tampoco te avisó cuando sabía lo que había. Cabrón.

Ah, y a quien te diga que hay más peces en el mar, retírale el saludo. Nadie quiere comerse un salmón tras un empacho de sardinas. Necesito saber quién fue el artista que inventó esa frase que todo el mundo dice pero nadie quiere escuchar.

¿Que si te vas a morir? No. No te preocupes. Dentro de diez años, después de unas cuantas más como esta, te reirás. Pero nos han dicho que vivamos el ahora, ¿No? ¿En qué quedamos? Pongámonos de acuerdo, por favor.

Quédate con lo bueno, claro. Di tus últimas palabras, como si no hubieses tenido tiempo para decirlas antes. Siéntete en pleno derecho de analizar uno por uno todos los puntos por los que las cosas son o no son, según tú. Pero recuerda que el único punto que no supiste escribir te lo pusiste en la boca, y que a veces las palabras sólo pueden decirse en un momento y en un lugar. Luego ya no. Pero tú tampoco quisiste gritar, ¿Verdad?

redline

Haz memoria. Intenta rescatar del fondo de alguna botella lo que queda de lo que eras antes de esto. Es una buena manera de dejar pasar el tiempo hasta que te des cuenta de todo ha cambiado. Y tú también. Cuenta los días hasta que los días tengan algo nuevo que contarte. La primavera siempre llega, aunque parezca que no.

Juega al escondite, aunque de pronto todas las ciudades se reduzcan a una calle. Piensa bien y no acertarás, pero por lo menos podrás poner cara de sorpresa, que siempre queda mejor. Ah, se me olvidaba: sonríe. Dicen por ahí que a base de hacer la misma cosa muchas veces acabas haciéndola de manera automática.

Pon un post-it en la nevera que te recuerde que cuando hayas plantado un árbol y tenido un hijo y te dispongas a escribir tu libro no deberías olvidarte de que hay capítulos sin los cuales no se puede contar la historia, que hay historias que no caben en un libro y que hay libros que uno siempre vuelve a leer.

Y la próxima vez, por favor, grita.

movies

ECGXIII.

La caja de cerillas

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Podría contarte mil y una historias acerca de cómo Morgan desenterró una caja de cerillas del jardín. Podría contarte que ese día había llovido como si la agencia estatal de meteorología tuviera un pacto con Céfiro y Madrid tuviese complejo de Venecia.

Podría mentirte y decirte que ese día no pasó nada, que esa caja de cerillas no era de mi sitio preferido de Madrid. Podría no decirte que Morgan es mi perro y que todo lo que sé sobre la paciencia y la lealtad me lo enseñó él.  Podría decirte que no hacía meses que no iba aquel lugar y que no decidí llamar a mi otro mejor amigo para ir a tomar uno de los mejores gin tonic que sirven en toda la capital.

Pero mejor te contaré lo que pasó y podría no haber pasado.

Era una noche de julio cualquiera. Recuerdo cómo olía a eso que huele el verano cuando por fin termina de ponerse guapo y se digna a bajar. Recuerdo cómo la brisa se metía por debajo de las faldas que, un año más tarde, vuelven a salir del armario como las velas del más temido barco pirata. Recuerdo no ver a nadie mirando el reloj, porque cuando el sol se queda a la primera ronda de la noche, a nadie le importa qué hora es.

gatsby drink

Los tacones suenan diferente, como si el suelo estuviese deseando que bailasen sobre él. No importa en qué rincón tiras el coche, la gente ríe más alto y las horas se convierten en una sucesión de minutos susceptibles de convertirse en el momento más emocionante de tu vida. Ya sabes a lo que me refiero.

De repente, la mejor noche puede ser cualquier noche, como si el amor más pasional y por ende doloroso de los amores pudiese nacer a la vuelta de cualquier esquina. De pronto la lluvia no tiene nada que hacer contra tus ganas y todos somos valientes y audaces.

Enter

De repente podrías subirte a una mesa a plena luz del día y bailar el You’re the one that I want ooh ooh ooh al más puro estilo Olivia Newton-John. De pronto tu perro se encuentra una caja de cerillas en el jardín y a ti te parece motivo suficiente para salir a celebrarlo. Ah, y dejas de parecerte al fantasma de la navidad pasada.

Recuerdo estar en aquel lugar charlando con mi amigo mientras apurábamos lo que quedaba de nuestras copas cuando el camarero nos trajo la vuelta para poder cerrar la terraza.

Cinco monedas y un billete. Un billete con una palabra escrita en él: Hazlo.

Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.  Hazlo.

Hazlo, vuelve a decirte a ti mismo que, al fin y al cabo, nada es para tanto. Ponte tu camisa con superpoderes. Baila sin querer. Siéntate mientras desayunas. No hay nada que no pueda esperar cinco minutos. Piensa que puede, y solo puede, que hoy salgas un poco antes del trabajo y por fin tengas lo que hay que tener para marcar ese maldito número de teléfono.

telefono

Disfruta del silencio que sólo se oye cuando tu conciencia hace las paces con tus actos y tu insomnio firma su Paz de Westfalia particular. Vuelve a pensar que, a decir verdad, madrugar no está tan mal.

Haz un paso de baile en los pasillos de un supermercado con un bote de mayonesa en la mano y convierte tu plato de ducha en el estudio musical de la orquesta sinfónica de tu voz de gato atropellado. Pregúntale a tu gato cuál de las dos te queda mejor.

Quítale el polvo a la guitarra, a la moto, a tu disco preferido y a ese libro que dejaste a medias porque la realidad de tu vida superaba con creces la mierda de historia esa que se hace llamar ‘triste’ sólo porque el autor todavía no me conoce a mí.

Hazlo. Cómete la vida, tal vez.

Vuelve a empezar de cero entendiendo que, a fin de cuentas, todos somos billetes marcados dando la vuelta al mundo y cambiando el rumbo de la vida de los demás.

Hazlo aunque a ti también te hayan roto las esquinas y te hayan han vuelto a pegar con celo. Hazlo aunque te arruguen para volverte a estirar y seas la cuenta pendiente que se paga años después. Hazlo aunque vuelvas a las mismas manos que un día te dejaron marchar, hazlo incluso sin que esas manos lo sepan jamás. Sé la sorpresa que te encuentras en el bolsillo del abrigo del invierno pasado y no tengas miedo a que te cambien por un puñado de céntimos porque la máquina no admite billetes.

billetes

Podría contarte que si no hubiese llovido Morgan no se hubiese puesto a escarbar y yo nunca hubiese encontrado las cerillas. Podría decirte que si no hubiese sido verano no hubiese llamado a mi amigo y no hubiese salido a la calle y entonces tú no estaríais leyendo esto. Pero eso hice.

Podría recordarte que todas y cada una de las cosas que haces desde que te levantas hasta que te acuestas marcan lo que harás mañana desde que te levantes hasta que te acuestes. Podría decirte que lo que no digas hoy no será igual si lo dices mañana, que la sonrisa que no devuelvas hoy ya no será la misma que devuelvas mañana. Que lo que eres hoy, no volverás a serlo mañana y viceversa. Que no volverá a ser hoy nunca jamás. Que no tendrás veinte años nunca más. Ni treinta, ni cuarenta, ni cincuenta, ni sesenta.

Podría recordarte que existen más probabilidades de morir porque te caiga un coco en la cabeza que porque te ataque un tiburón y que puede que mañana te atropelle un camión y te vayas al otro barrio sin haber cumplido ese “a ver si nos vemos” y sin saber si Doraemon era en realidad un sueño de Nobita.

Coco

Podría decirte que quemes todas las cerillas de tu caja. Que no dejes ni una y, cuando se acaben, pide fuego. Y eso hago.

Hazlo porque ‘todo lo que hagas en la vida será insignificante, pero es muy importante que lo hagas porque nadie más lo hará. Como cuando alguien entra en tu vida y una parte de ti dice: no estás mínimamente preparado para esto; pero la otra parte dice: hazla tuya para siempre.

viktor

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Nada en absoluto

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La ciencia le dijo al mundo que dos más dos eran cuatro.  El tiempo le dijo al espacio que ni yo sin ti, ni tú sin mí y le dijeron a la lógica que tenían un trato. Y entonces llegó el amor. Y ni la ciencia, ni el tiempo, ni el espacio, ni la lógica pudieron explicarle nada al mundo.

Estimados Ciencia, Mundo, Tiempo, Espacio, Lógica y Amor,

Os escribo para deciros que se ha ido.

Que ya podéis volver a respirar tranquilos, que nadie os va a molestar.

Que se ha ido y es ahora cuando por fin encuentro un momento para explicaros los porqués que tantas veces me reclamabais cuando yo me negaba a responder.

A ti, Tiempo, decirte que con ella encontré nuevas maneras de medir las horas y que conseguimos demostrar que las cinco de la mañana es tarde solo para quien no ha encontrado la manera de explicar con los ojos cerrados que se puede soñar despierto y no ha entendido que cuando encuentras lo que buscas los días ya no son días y las noches tampoco son noches. Que, a veces, sí pasan treinta años antes de mañana.

Decirte que ella giraba las manecillas del reloj a su antojo y que acortó la primavera en busca de una buena excusa para calentarme la cama y desafiar todas las leyes del espacio. Confesarte también que ni tus diciembres más largos tuvieron nieve suficiente para congelar el movimiento de sus caderas al ritmo de un Quique González pasado de rosca. Que te han engañado, que en realidad no curas nada y que durante 730 días sólo fuiste eso de lo que nos reíamos cada vez que el avión se retrasaba pensando que así nos iba a robar un solo minuto de gloria. Que, aunque tú no lo sepas, tenía que decírtelo.

A ti, Lógica, que para cuando alguien lo suficientemente inteligente te quite la razón y demuestre que todas tus verdades no son más que mentiras ella ya habrá ido y vuelto seis veces. Decirte que a ella le bastaba con saber que algo no podía hacerse para rendirse a la evidencia de que podía hacer lo que le daba la real gana y tú no podías hacer nada contra eso. Que ella siempre estaba guapa, aunque tú no pudieras entenderlo.

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Decirte que lo sentimos por no haberte hecho caso cuando nos decías que era imposible, pero es que entonces no hubiéramos tenido nada que contar. Que sus impulsos se reían en tu cara y que ella no podía vivir sin saber que los demás la miraban preguntándose “¿cómo ha hecho eso?”. Que a ella, la idea de morirse, sólo le daba ganas de vivir. Que dicen que hay algo que tener, pero es que ella lo tenía todo.

A ti, Espacio, que tus distancias eran siempre pocas y las camas siempre pequeñas. Que para ella no había medidas y que siempre tenía un estamos al lado en la punta de la lengua y en el fondo de sus ojos. Que todos los kilómetros eran cortos, como sus cafés. Más cortos que la falda más corta de Montera y que las noches en las que el sol tiene que ir a darte un toque en la espalda y decirte “eh, tú, ya es hora de irse a casa”.

A ti, Ciencia que pares de sumar, que de poco te va a servir. Que todas tus leyes eran los diez mandamientos a nunca cumplir colgados en el corcho de su habitación y que los únicos problemas que no sabía resolver eran aquellos que no le preocupaban en absoluto. Decirte que ella sólo restaba soledad y sumaba historias de veranos que nunca se acaban y que si había algo que se le daba bien era multiplicar, multiplicar razones para que todo el agua del mar fuese poca si había que bebérsela a cambio de un brindis a la luz de sus piernas. Que a ella siempre le salían las cuentas.

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A ti, Amor, que te sientes. Que te sientes y aprendas. Sí, porque ni tú que siempre tuviste más razón que todos los demás, entiendes una mierda de lo que significaba que ella levantase los brazos en son de guerra, desprendiéndose de su camisa blanca abriendo una tregua que dura lo que dura la pasión cuando es infinita.

Decirte que el único paso que te separaba del odio era el que dábamos nosotros cuando sonaba el despertador y había volver al mundo real. Decirte que lo hicimos todo, por encima de todos los porqués, los síes, los noes y los talveces. Incluso por encima de ti. Que puede que no supiéramos lo que queríamos, pero lo quisimos saber todo.

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Y a ti, Mundo… Lo sentimos por haberte obligado a entender que a veces no eres tan grande como crees. Pero es que ella vivía con un cartel de no molestar colgado en los labios esperando a que algún atrevido entrase sin llamar a la puerta y le dijese que a partir de ese momento la única fuerza de la gravedad que existía era la que generaban sus tacones al subir las escaleras que llevan a donde sólo los valientes pueden llegar. Y yo me atreví. Y gané. Y en realidad no lo siento. Nada en absoluto.

Aunque yo tampoco tenga nada que explicarte.

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ECGXIII.

Adiós gazpacho

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Ya está aquí, amigos. Ya está aquí.

Aunque nosotros todavía no queramos aceptarlo y nos empeñemos en seguir remangándonos los pantalones más de la cuenta y llevemos sandalias a pesar de que esté cayendo el Diluvio Universal y Noé esté juntando al último par de cabras antes de arrancar el motor de su lancha.

El.otoño.ya.está.aquí.

Y con él, lo de todos los años. Los paraguas, las gabardinas y los eternos optimistas que esperan la llegada del veranillo de San Miguel como agüita de mayo para irse a la playa y ver quién bate el record subiendo fotos de piernas que parecen salchichas tostadas al sol.

Con él se acaban las terracitas y los pantalones que de toda la vida tuvieron otro nombre pero que ahora sirven de excusa para armar follón al pasear un domingo cualquiera por la Latina.

Se acabaron las tardes de cañas y tintos siete días a la semana full-time non-stop. Ya no vale eso de “¡Qué más da! Es verano…” y nuestro mejor amigo nos vuelve a poner los pies en la tierra: Nadie se ha dejado el móvil en la casa de la playa, a nadie se le ha caído el móvil por el retrete, nadie ha perdido el número de nadie y mucho menos está esperando a que escribas tú. Vamos, de hecho es que si escribes no te va a contestar ni Dios. Y punto.

dreams

Se acabaron los bikinis, los trikinis y los sombreritos de paja estratégicamente colocados para dar paso a la invasión de las katiuskas y los calcetines que no se sabe si vienen ya pegados a las botas o si los regalan con las matrículas de las universidades.

Se acabó lo de sacar medio cuerpo por la ventanilla del coche y gritar sin que se te congelen los mocos. Ya estamos cambiando la Men’s Health por la Forbes y la Vogue por la Cuore, que en otoño es lo que apetece: darse cuenta de que no solo a ti se te ha ido la mano con las fuentes de macarrones con queso al llegar a casa de fiesta cantando sevillanas. Todo el mundo sabe que los michelines ajenos sientan fenomenal.

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Se acabaron las barbacoas. Ahora hay que volver a aprenderse la cartelera del cine y recuperar los atrasos del verano en lo que a materia cinematográfica respecta. Sofá-peli-pizza. Pizza-sofá-peli. Y así.

Vuelve el relaciones públicas que todos llevamos dentro. Hay que volver a camelarse a la del ropero, al portero, a la camarera, al de las cocacolas… Lo que sea con tal de no ir paseando la bufanda, los guantes, las orejeras, el casco de la moto, el jersey, la chaqueta, el abrigo y los esquís y tener que pagar dos euros cada vez que quieres salir a fumar.

Se acabó el estado de ataraxia que provoca el verano. Ese que te permite acercarte a una chica y preguntarle “¿qué hace un sitio como este alrededor de una chica como tú?” sin parecer un auténtico subnormal. En otoño nunca dirías algo así. Para empezar porque estás más pendiente de que los pelillos de la capucha del de al lado no se te metan por la nariz.

Se acabó lo de bajar las escaleras del metro como si lo hubiesen abierto solo para ti. Ahora toca correr. Correr como el hijo del viento, casi dejándote caer rodando, para tener la gran suerte de tirarte en plancha dentro de un vagón a reventar y que el amable señor que no se ha lavado los dientes desde que Chanquete se compró el barco te eche su aliento en la nuca durante siete paradas mientras se te empañan los cristales de las gafas.

escaleras

Salir de fiesta vuelve a ser un bien preciado y conseguir sacar de casa a todos tus amigos el mismo día cotiza en bolsa. Volvemos a ponernos nerviositos los jueves por la tarde. Como tu perro cuando te ve coger la correa y sabe que, por fin, después de cuatro largos e interminables días, va a salir a la calle.

Vuelve la lluvia, y con ella los atascos. Vuelves a preguntarte quién será el primer gilipollas que ha frenado mientras mentas a toda su familia y te pones en modo conducción colérica a la vez que llamas a tu jefe para decirle que no, verás, es que la m30 está fatal hoy. Hoy, y todos los días hasta el agosto que viene, claro.

Ay, el otoño. Ese momento del año que todas las madres del mundo esperan con ansia. Sí, el otoño es sin duda su momento favorito. Esperan que llegue solo para poder decirte “abrígate”. Para que tú no te abrigues, cojas una gripe de puta madre, y entonces poder decirte “¿¿¿Ves??? Te lo dije. Esto te pasa por no abrigarte”, mientras tú, con 40º de fiebre respondes “No, si no me encuentro mal…”

Ya es otoño en el Corte Inglés, señores. Ibiza se acabó y los ex vuelven a la península como vuelven las oscuras golondrinas y los cuadernillos Rubio. Sí, esos que se fueron en julio porque “necesitaban pensar”, y después de mucho meditar en las calas de Mallorca se dan cuenta de que el winter is coming y “no sabes cuánto me he acordado de ti este verano”, mientras tú miras la pantalla del móvil con cara de gilipollas. Esos.

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Tu cuenta corriente vuelve a parecerse al desierto del Sahara, con pelotillas de paja que ruedan como en las pelis del Oeste y todo. Porque claro, todo el mundo cumple años en octubre. Tu madre, tu hermano, tu prima y tu amigo. Todos. Y la única explicación que se me ocurre es que en febrero hace mucho frío. Si no, no me lo explico.

Vuelven los edredones. Ese artefacto del mal que el demonio inventó para que no fuéramos capaces de llegar puntuales al trabajo. En tu casa vuelven a ponerse en marcha los Juegos del Hambre por el agua caliente. Eres capaz de encerrar a tu hermano en un armario para que no se meta en la ducha antes que tú y no sentirte culpable por ello. Y no es crueldad, es instinto de supervivencia.

Atravesar los metros de pasillo que separan tu habitación del cuarto de baño vuelve a convertirse en una expedición al ártico esquivando pingüinos y osos polares mientras corres de puntillas con un machete entre los dientes dispuesto a matar a quien se interponga en tu camino.

Y los pelos. Qué decir de ellos…Pues que abrigan, ¿verdad? Que si la naturaleza los ha puesto ahí es por algo, oye.

Sí. Definitivamente el verano se ha ido.
Así. De pronto. Adiós gazpacho, hola lentejas.

¿Lo bueno? Que sólo quedan ocho meses para que vuelva.

Porque es lo que tiene el verano: que siempre vuelve.

verano

ECGXIII.


Cuéntame otra

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Cuéntame una que no me sepa.

Una que suene de muerte. Una de las que la gente cuenta sin saber si de verdad pasó. De esas que todos critican pero nadie entiende.

Cuéntame una de las que se viven al compás de la envidia de los demás. De las que nunca dicen que no a una botella de vino y siempre esperan al segundo antes de que sea demasiado tarde. Tic, tac.

Cuéntamelo. Cuéntame algo que nadie me haya tocado, tócame algo que nadie haya escuchado jamás. Desafíname las cuerdas y marca un ritmo. Coge carrerilla y dímelo. Dime lo que todos piensan y nadie se atreve a decir. Dilo.

volver

Coge dos copas rotas y no tengas cuidado. Córtame la boca con eso que llaman ganas de todo y no te dejes nada. Repite, si puedes. Atáscate en el ascensor que viaja entre mi realidad y tu mundo paralelo. Sube, baja y vuelve a subir. Repite, si te atreves. Atrévete. Te.

Deja que suba la marea, finge que no sabes nadar. Recuérdame que hay una parte de mí que sabe respirar debajo del agua y a ras del mar. Ahógame las excusas. Dame una vuelta. Dame dos. Dame cien.  Sin rodeos. No hagas pie.

Aguántame. La tormenta, la mirada, el vendaval. Aguanta. Las ganas, la paciencia, el tirón. Tírate.

Cuéntame una que no me sepa.

Esa que no nos dejaban ver cuando éramos pequeños. Una de las que saben a lo que nunca podrás explicar y que explican por qué a veces es mejor no saber.

Bájame los plomos, llévame a bailar. Báilame. Lo que quieras, menos el agua. Báilame la atención mientras nos disfrazamos de indiferencia. Sé diferente. Ponme lo de siempre, que sepa como nunca. Ponme, a secas.

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No vengas para quedarte. No te acabes de marchar. Prométete que no volverás y ven otra vez. Ven, una y mil veces, y no te acostumbres ninguna. Llega tarde, pero llega. Vuelve a volver.

Dame cuerda y no la sueltes. Suéltame la mano y déjame colgar. Cuélgate.

Tira y no aflojes. Salta. Salta y deja que vaya detrás.

Cuéntame otra. Una de la que nunca hayas contado el final. Una que no sepas cómo acaba. Una que no sea como las demás.

Duéleme. Duéleme en todos y cada uno de los agujeros de los clavos de mi otro yo. Del yo que solo soy cuando se mojan las calles y canta Sabina en cualquier bar de mala muerte de las calles de mi cabeza. Cántame. No preguntes. Córtame los frenos y acelera, crúzame en rojo y sin mirar.

Cuéntame una que no me sepa. Una que tire abajo la torre de marfil a la que me he subido para poder verte venir.

Ven, no avises. Aparece sin llamar. Cámbiame los planes y convence a las horas para que pasen volando. Vuela. Vuela por encima de mis posibilidades, y de las tuyas. Vuela alto y luego tírate en picado a por lo que queda por rescatar de nosotros cuando vuelve a salir el sol. Ven.

end

Arranca. Arráncame las páginas y léeme la última frase del libro que nadie escribirá sobre mí. Mírame. Mírame mientras ato los cabos que se sueltan cuando se nos desabrocha la vergüenza y de pronto todo es lo que parece.

Aprieta el gatillo, dispara las palabras que nunca me oirás decir.
Dime que esta noche se acaba el mundo.

No me hables de mañana.
Háblame de ti.

Cuéntame una que no me sepa.

Cuéntame otra.

Cuéntamela otra vez.

ECGXIII.

Que merezca la pena

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Espero que te caigas.

Que te caigas mil veces y te levantes siempre una más.

Que te partas todos y cada uno de los huesos de tu cuerpo derrapando en este deporte de riesgo que llamamos vida. Y que merezca la pena. Espero que lo hagas y que quede claro que somos piedras que se pulen a golpes bajo la atenta mirada de quienes creen que en una de estas se romperán. Pero no se rompen. Espero que nada consiga partirte en dos.

Espero que recuperes tus pulsaciones y ganes el pulso otra vez. Que aprietes los dientes y le digas al mundo de reojo que sólo sabes caminar hacia delante y que si caminas hacia atrás es solo para recordarte que en peores plazas has toreado. Que aquí hemos venido a jugar. Que juegues. Que las cosas más fuertes son las que nacen en la adversidad.

Espero que saltes. Sí, que saltes desde la decimotercera planta de ese edificio llamado pánico a reconocer que te gusta. Que te den la vuelta a las cartas, que pierdas la partida, que ganes la jugada. Que te pillen el farol. Que te cambien las fichas por amaneceres que algún día contarás. Que merezca la pena.

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Espero que te enamores. Y que duela. Que te enamores de esa clase de personas con complejo de lanzadera. De las que te hacen perder el vértigo a cambio de las vistas. Espero que le preguntes a las noches donde está ella y que no te sepan responder. Que no puedas dormir. Que salgas a buscarla. Que la encuentres. Que merezca la pena.

Espero que te pierdas. Que te pierdas en medio de un montón de personas a las que ni por casualidad hubieses imaginado conocer. Espero que dirigirles la palabra sea la única manera que tengas de salir de allí. Espero que salgas. Espero que encuentres a un amigo de verdad. Que lo conserves. Que merezca la pena.

Espero que llores. Que llores hasta salirte de ti mismo y los ejes de la tierra se den la vuelta. Espero que tu mundo se vuelque y que, una vez patas arriba, seas capaz de aprender a vivir boca abajo. Que boca abajo de repente signifique del derecho otra vez.

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Espero que se te cierren las puertas. Todas y cada una de las que un día estuvieron abiertas en forma de probabilidad. Que tengas que elegir. Que encuentres la manera de abrir las ventanas y comprendas que la luz que entra en nuestras vidas no es sino aquella que nosotros dejamos que entre. Que vivir en la oscuridad nunca ciega, pero tampoco deja ver.

Espero que mires hacia arriba. Creyendo o sin creer. Que mires hacia arriba y des las gracias. Gracias por ti. Gracias por ellos. Gracias por todo. Gracias. Siempre gracias.

Espero que te vuelvas loco. Que encuentres eso que te mantenga despierto, que no te deje dormir hasta que no esté terminado. Que lo termines. Que sea tuyo. Que lo compartas. Que merezca la pena.

Espero que tires la toalla. Que te acorralen contra las cuerdas y por un momento pienses que nada puede ir peor. Espero que ese momento sea eso, un momento. Que seas tú y solo tú quien decida cuanto dura. Que te gires, que des la cara, que sigas peleando. Siempre peleando. Que siempre tengas un motivo por el que pelear. Que merezca la pena.

Espero que sigas yendo a ese bar. Que siempre tengas algo que contar. Que tengas algo por lo que brindar y que no te falte quien te recuerde que los que se han ido ya no están pero que los que se quedan, se quedan por algo. Espero que siempre tengas a alguien que te diga la verdad. Aunque duela.

wed

Espero que te digan adiós. Y que lo digas tú también, queriendo y sin querer.

Espero que te equivoques tantas veces como puedas. Que puedas pedir perdón por ello otras tantas. Que te perdonen. Que siempre vuelvas a casa con una lección aprendida y la paz de quien sabe que el orgullo destruye más que crea y aleja más que acerca. Que te acerques. Que merezca la pena.

Espero que te rompan el corazón. En trozos muy pequeños. Tan pequeños que ni siquiera parezcan trozos. Tan pequeños que se confundan con el polvo. Espero que te agaches. Que los recojas. Que los vuelvas a encajar en lugares que jamás imaginaste que existirían dentro de ti. Espero que te sacudas las telarañas y los tengas donde hay que tenerlos para volver a hacer eso que todos necesitamos hacer tarde o temprano, confiar.

Espero que vivas.

Que sobrevivas.

Y que merezca la pena.

ECGXIII.

Querido Yo

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Querido Yo,

Antes de empezar esta carta quisiera decirte que hace tiempo que pienso en escribirla. Hace tiempo que pienso en decirte lo que nunca te he dicho y tú esperabas que te dijera.

No alegaré en mi defensa que ha sido por falta de tiempo, los dos sabemos que cuando alguien quiere hacer algo, acaba por encontrar la manera de hacerlo. Simplemente no he visto el momento. Supongo que he estado demasiado ocupado escuchando todo lo que la gente tenía que decirte. Supongo que les he dejado hablar, expectante, esperando encontrar un mapa de lo que te diría el día que este día llegase. Y finalmente ha llegado.

Ha llegado el momento de darte las gracias. Gracias por haberme traído hasta aquí.

No sé si me estarás entendiendo. Lo que quiero decir es que sé que en muchas ocasiones he intentado retenerte en las batallas que decidiste librar con los ojos cerrados y sin importarte la opinión de quienes pensaban que nos íbamos a estrellar. He sido yo, muchas veces, quien no ha sido capaz de confiar en ti.

Me imagino que será por eso que cuentan de que no podemos volver atrás y por eso cuesta elegir, porque mientras no elijas todo sigue siendo posible. Sí, yo también les vi. Vi a todas esas personas que echaron la mirada al cielo mientras les contábamos nuestros planes. Las vi, y en muchas ocasiones me dejé llevar por esas miradas.

Fui yo quien se peleó contigo por aquel trabajo de mierda. ¿Te acuerdas? Estuvimos sin hablarnos durante meses, con sus días y sus noches. Te encerré en aquella habitación que tan poco te gusta y que se llama conformismo. No quería escuchar lo que tenías que decirme, no quería escucharte decir que nos merecíamos mucho más, que podíamos hacerlo mucho mejor, que no era por esto por lo que tanto habíamos peleado.

Gracias por no haberme abandonado, gracias por haberte armado de paciencia y haberme abierto la puerta el día que, por fin, me di cuenta de que si me lo propongo puedo ser, y somos, los mejores. Gracias por haberme acompañado a firmar aquel finiquito mientras le hacíamos un corte de manga a ese imbécil que se hacía llamar ‘jefe’ al ritmo de Blur y su Song2.

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También fui yo quien casi no llama a aquella chica que conocimos en ese bar de mala muerte de madrugada, porque claro “¿qué clase de chica está en un sitio como este a estas horas, estás loco?”. Gracias por dejar que nos llamasen locos. Infinitas gracias por no hacerme ni puto caso, infinitas gracias por todas las madrugadas que vinieron después. Gracias por cada tango bailado al amanecer, gracias por abrirme los ojos, gracias por abrirme el corazón. Gracias por reírte en la cara de la vergüenza y ponerle nombre y apellidos a aquella chica que resultó ser capaz de entenderte incluso mejor que yo.

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Y de aquel amigo, ¿Te acuerdas? ¡Cuánta razón tenías! ¿Cómo supiste que nos íbamos a arrepentir? Gracias por haberme arrancado de la boca aquel “lo siento” con sacacorchos. Aunque en este caso nuestra siempre fiel ginebra también jugó su parte, gracias por haber tenido la humildad de darte cuenta de que la vida, si no es compartida, es un coñazo.

Gracias por no haberme dejado alejarme de los oídos que siempre tienen un momento para escucharnos en nuestros delirios y las manos que siempre están ahí para cogernos al borde de los precipicios de los que a menudo nos quedamos colgando. Gracias por dejarme contar personas excepcionales con los dedos de una mano. Gracias, porque aunque él ya no esté entre nosotros, sé que se está riendo desde ese lugar al que van los buenos cuando se van.

¿Y de aquel viaje? Joder, cómo pude ser tan estúpido. Recuerdo ver los años pasar mientras te intentaba convencer de que aquí estábamos bien, de que por ahí fuera no se nos había perdido nada. Lo siento, porque casi consigo que te pierdas aquel atardecer en aquella cala y sé que nunca nos lo habrías perdonado. Gracias por obligarme a recorrer 10.000 km y hacerme comprender que el mundo es demasiado grande como para quedarse siempre en el mismo sitio. Gracias por hacer que aquella aventura fuese el comienzo de un largo viaje que espero no acabe jamás. ¿Para cuándo la próxima?

Nowhere

¿Y qué decir de aquel día de junio? Todavía recuerdo la cara de nuestra familia cuando les dijimos que no, que no veíamos nada claro eso de estudiar otros diez años más, que las oposiciones pa’l gato. Lo recuerdo como si fuese ayer…Yo me disponía a meterme en mi habitación y fuiste tú quien me agarró por una oreja y me llevó hasta el salón.

Fuiste tú quien no tuvo miedo al qué dirán, fuiste tú el primero de los dos en comprender que nuestras decisiones son nuestras y que dejar que los demás las tomen por nosotros es una buena manera de arruinarse la vida. Gracias por haber tenido los cojones que yo no tenía, gracias por habernos dejado tener, como decía Kapuściński, el mejor oficio del mundo. Gracias porque ahora, años después, las miradas de decepción que vimos ese día se han convertido en miradas de orgullo y hemos hecho un gran trabajo. Y lo hemos hecho a nuestra manera, I did it my way.

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Querido yo, yo también estoy orgulloso de ti. Puede que no lo comprendas, pero es ahora, a estas alturas del cuento, cuando me paro a pensar en ti y hago las paces contigo. Es ahora cuando nos miro al espejo y me doy cuenta de que siempre has estado ahí, incluso las veces que yo no he querido verte.

Tus intuiciones han estado ahí para llevarle la contraria a mis dudas y tu cabezonería se ha pelado a capa y espada por conseguir que a día de hoy seamos lo que somos. Gracias a ti, que has sabido escuchar a las personas adecuadas, que has sabido hacer oídos sordos a los consejos que a pesar de ser buenos no eran para nosotros…gracias a ti hemos llegado hasta aquí. Gracias a ti tenemos algo que ofrecer a las personas que, igual de pacientes que tú, nos han cuidado mientras esperaban a que yo me sentase a hablar contigo.

Y perdóname de antemano, porque sé que volveré a no escucharte. Pero también sé que aquí el más fuerte de los dos eres tú. Ten paciencia, porque al final siempre lograrás salirte con la tuya.

Querido yo, al final serás tú quien encuentre el camino para llevarnos tan lejos como nos quieras llevar.

ECGXIII.

A veces

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“Some birds are not meant to be caged, that’s all. Their feathers are too bright, their songs too sweet and wild. So you let them go, or when you open the cage to feed them they somehow fly out past you. And the part of you that knows it was wrong to imprison them in the first place rejoices, but still, the place where you live is that much more empty for their departure.” – Stephen King

Algunos pájaros no están hechos para estar enjaulados, eso es todo. Tienen plumas demasiado brillantes, su canto es demasiado dulce y libre. Así que, o les dejas ir, o, cuando abres la jaula para darles de comer, se las arreglan para escapar volando. Y la parte de ti que en el fondo sabe que era un error tenerlos cautivos se alegra, pero el lugar en que vives se vuelve mucho más triste tras su partida.” – Stephen King

Me habían hablado de ti.

Me habían contado que, tiempo atrás, tiraste las maletas por la ventana y metiste tu casa en cuatro cajas para saltar desde el tejado. Me contaron que un buen día decidiste no guardar más de lo que siempre pudieras llevar contigo. Que te fuiste, que tiraste las llaves detrás de ti, y nunca volviste a buscarlas.

Me dijeron que ahora haces mortales hacia atrás en charcos ajenos y te tiras de cabeza en camas que no cubren. Decían las malas lenguas que tenías un ‘todo al rojo’ tatuado al final de la espalda y un ‘no te líes’ en la frente.

Me habían contado que las estaciones no pasaban por ti y que tus trenes no entendían de vueltas. Que solo conjugabas en pasado y presente y no hacías buenas migas con el futuro. Que en tus amaneceres solo cabías tú y que en tu coche no había sitio para más historias de noches que prometen mañanas con desayuno doble y cigarros al sol.

Me lo avisaron. Que volabas alto y sin copiloto y tu única tripulación eran tus antojos. Que tus salidas de emergencia en realidad no eran salidas. Que de ahí no hay quien salga. Que volabas. Que si yo sí, tú más. Siempre más.

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Eso decían.

Pero yo, Master en Kamikazes por la Universidad del Ni Caso, me lo jugué todo al número de la noche que te conocí. Así, sin mirar. Porque para qué iba a mirar, cuando podía verte a ti. A ti, metiendo sexta y traspasando la línea que separa el espacio del tiempo y lo real de lo que solo saben hacer las personas como tú. A ti, que se te habían roto los para siempres después de beberte unos cuantos nuncas. A ti, que también me avisaste. A ti, que no te quise escuchar.

Y así fue.

Así fue cómo le robamos el mes de abril a Sabina y nos hicimos lo que la primavera hace con los cerezos. Así nos cortamos las cuerdas, como dos locos de atar. Treinta veces, treinta noches con sus días, en treinta sitios con sus gentes, en treinta minutos con sus segundos.

Y ahora…A veces…

A veces me pongo valiente. A veces recuerdo que fui, fuiste y fuimos. Los mejores.

A veces me pican los motivos y me sobra la curiosidad por volver a ese sitio al que prometimos no llevar a nadie más, como si pudiésemos prometer en nombre de lugares que no nos pertenecen. A veces suele ser más que a veces.

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A veces hago un doble mortal hacia atrás y se me olvida que no hay fondo, y me encuentro derrapando en esa curva que se te dibujaba en la cara cuando recorría con los ojos la recta que iba de tu cabeza a tus pies.

A veces juego contigo al escondite aunque tú no lo sepas y de cuando en vez te encuentro más de lo que debería en lugares que ninguno de los dos deberíamos conocer. A veces subo esquinas y doblo escaleras sólo por miedo a no saber qué diría mi guitarra si le vuelvo a pedir que cuente otro de nuestros encontronazos. Mis canciones nunca fueron capaces de reconocer que detrás de sus letras te escondías tú.

Y a veces, también, me acuerdo de que tú eres así.
Como los pájaros de Stephen King.
De esos que no entienden de jaulas.
De los que vienen de paso.
De los que pasan sólo una vez.

Pero, a veces, si lo haces bien, una vez es suficiente.

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ECGXIII.

Se busca

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Se busca causa perdida con ganas de eso que no se puede contar y que diga las cosas que ya no se dicen.

Se busca corazón con heridas que guarden historias de las que aprender. Se busca corazón valiente que no se avergüence de noches en vela a cambio de nada.

Se busca cambio de planes sin previo aviso dispuesto a girar el timón en plena tormenta por una sonrisa y un “ven”. Se busca sonrisa sincera que siembre mañanas que huelan a eso que huelen los días cuando no deberían acabarse.

Se busca piel que sea de quien la erice y huesos que se vuelvan locos por cinco minutos más a la luz de una mirada que no necesita palabras.

Se buscan palabras concisas, precisas y justas que no guarden dobles filos ni armas en la solapa de la chaqueta. Se busca chaqueta que abrigue las horas más bajas y cuelgue de un ventilador cuando sobre la ropa.

Se buscan lunares que contar en una espalda que no se vea cuando las cosas vayan mal. Se busca café inesperado a las 13:00 h de un domingo cualquiera que cierre un fin de semana sin fin.

Se buscan horas que parezcan minutos y que se dejen bailar al ritmo de una canción que todavía no se haya escrito. Se busca canción que cantar cuando el mundo se quede en silencio.

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Se buscan silencios cómodos que revuelvan mariposas que sólo vuelan cuando las cosas son de verdad. Se buscan verdades piadosas dichas a tiempo que desmonten mentiras como templos.

Se buscan cigarros a pachas que quemen las letras que le sobran a la palabra tambor cuando te late la vida por tu otra mitad. Se busca mitad que quiera sin depender y sepa atar cabos con las cuerdas de la confianza.

Se busca alma libre que sepa siempre cuándo volver y no confunda hastaluegos con adioses. Se buscan vueltas alrededor de un mundo hecho a medida para dos.

Se busca elegancia que pierda las formas cuando sea necesario y que no necesite motivos para descorchar una botella y brindar. Se busca brindis por la vida y por todas y cada una de las cosas que pasan a lo largo de un día normal.

Se buscan manos dispuestas a ensuciarse por aquello en lo que creen y ojos que no necesiten ver para creer. Se buscan vistas al mar de quien tenga cojones para nadar a contracorriente.

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Se busca mente inquieta con los pies en la tierra y la mirada en el infinito que no entienda de imposibles y quiera viajar a la velocidad de la luz.

Se busca luz que no sólo alumbre el final del túnel y que no tenga miedo a la oscuridad. Se busca oscuridad que permita sentir lo que hacen las manos cuando dos se quieren y tres son multitud.

Se busca.
Razón, aquí.

ECGXIII.

De formas abiertas

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Solía pensar que el mundo se regía por formas cerradas.

En el colegio me enseñaron que un círculo era redondo, y que un cuadrado era aquella figura geométrica compuesta por cuatro lados iguales. Me enseñaron que las cosas se medían con una regla y un compás y que para encontrar la respuesta a la pregunta bastaba con realizar la suma correcta.

Me enseñaron a valorar aquello que sabía en una escala del 1 al 10, siempre recordándome que para tener éxito en la vida era imprescindible saber por lo menos quién inventó la bombilla y lo que se quiere ser de mayor.

Me enseñaron que mi casa estaba en la dirección que tenía apuntada en el cuaderno de asistencia y que mi familia eran esas personas a las que me hacían dibujar en un folio desde que tenía cuatro años, así como me enseñaron a cumplir una serie de normas escritas por alguien que no se había tomado la molestia de preguntarme si a mí me parecían bien. Me dijeron que un ser humano es un ser racional que necesita 8 horas de sueño por cada 16 de vigilia y que no se puede viajar a la velocidad de la luz.

Me enseñaron que la historia se cuenta en una frisa cronológica y que los órganos del cuerpo humano funcionan de manera conjunta y sin parar desde que nacemos hasta el día que morimos. Me enseñaron a no poner los codos encima de la mesa, a mantener los brazos pegados a mis costados y a coger el tenedor con la mano izquierda y el cuchillo con la mano derecha. Durante años me explicaron que lo natural no era aquello que nos dictan los impulsos sino aquello que, aparentemente, es normal.

Se les debió olvidar decirme que gran parte de todo aquello que me habían enseñado no me iba a servir para absolutamente nada si algún día, por algún casual, tuviese la suerte de vivir de verdad.

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Debieron pasar por alto comentarme que un día te puedes levantar y darte cuenta de que se te han roto las esquinas y que la única manera posible de cerrar tus círculos es tomarte una cerveza con tu mejor amigo, y no utilizando una regla y un compás.

Tal vez fui yo quien faltó a clase el día que explicaron que cuando conoces a tu persona, Thomas Edison y su bombilla no son más que un amateur de la electricidad intentando encender un globo de cristal, porque tú has encontrado la definición gráfica de luz, y encima esa definición habla, camina y sonríe. A veces incluso se enfada.

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Puede que esas personas que me enseñaron a comportarme correctamente en la mesa no supieran que la mejor de las cenas es la que tiene lugar cuando te sientas en el suelo con tus amigos y uno de ellos acaba lanzándote sus patatas a la cabeza. Llenas de mayonesa, claro.

A lo mejor se saltaron esa parte del temario en la que te explican que tu historia se mide por las veces que has sufrido hasta decir basta y por aquellas que has sido tan feliz que podrías haberte muerto ese día y decir bien alto y con todas las letras que eres la persona más afortunada del mundo.

Me imagino que en una de las quinielas que hacía para los exámenes debí descartar el capítulo del libro que dice que esa persona supuestamente mediocre que suspendía hasta el recreo y por la que nadie daba un duro es ahora ese compañero que lleva cinco años encerrado en un laboratorio intentado encontrar la molécula que hará que un día no nos muramos todos de cáncer.

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Seguramente en ese capítulo también era donde ponía que un corazón que late no siempre es un corazón que está vivo, y que un corazón vivo se puede parar fácilmente cuando alguien te mira y te dice que su persona eres tú.

Quién sabe, igual hice pellas justo en la hora en que el profesor por fin decidió confesar que si te pierdes un amanecer en la playa con tus amigos porque tenías que dormir ocho horas es porque eres gilipollas y que tu familia no son solamente tus padres y tus hermanos sino también esas personas que se tirarían debajo de un autobús por ti y que, como las contamos con los dedos de una mano, caben de sobra en el folio.

Seguro que ese día fue el día que dio una clase magistral para explicar que si una de las personas que dibujas en el folio tiene un problema, te ríes de la luz y de su velocidad de viaje. Fijo que la lección de ese día se llamaba “tu casa es donde está tu gente”.

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Igual fue porque odiaba profundamente a mi profesor de matemáticas y nunca presté demasiada atención a lo que contaba, pero me da la sensación de que nadie le dijo a ese señor que lo de que dos más dos siempre son cuatro es una de esas cosas que tendemos a dar por hecho y que un día la vida se encarga de explicarnos que no es así.

Que no, que las obviedades no son tan obvias, que ni los malos son tan malos ni los buenos son tan buenos, que las cosas no son siempre lo que parecen y que tus convicciones son convicciones hasta que te das cuenta de que estabas totalmente equivocado. Así que no señor, dos más dos, no siempre son cuatro y la respuesta correcta no siempre se encuentra sumando.

Todavía a veces me planteo si de verdad querían hacernos creer que viviríamos toda nuestra vida cumpliendo siempre las normas. A lo mejor pensaban que íbamos a dejar de saltar vallas solo porque un cartel nos decía que no lo hiciésemos o a dejar de subirnos a los tejados porque se supone que las personas no deben subirse a los tejados. A lo mejor pensaban que nos íbamos a perder lo que se siente cuando te olvidas de lo que se supone que tienes que hacer y haces lo que de verdad te da la gana hacer.

Quizás se olvidaron de decirnos que la mejor manera de descubrir lo que quieres ser de mayor es ser quien quieres ser en cada momento de tu vida.

A lo mejor la vida es eso que te pasa cuando aprendes que el mundo no se rige por formas cerradas si no por las mil formas abiertas en las que se puede vivir.

ECGXIII.

Billete a Nunca Jamás

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“The moment you doubt whether you can fly, you cease for ever to be able to do it.”
“El momento en el que dudas si puedes volar, pierdes la capacidad de hacerlo para siempre”

J.M. Barrie

He decidido que me voy.

¿Te vienes?

No te preocupes, no necesitas hacer las maletas. Donde vamos no hacen falta zapatos, sólo risas.
Nadie te va a preguntar dónde has comprado ese reloj. El tiempo no importa.
Dale al play.

Es un lugar donde las cosas que pasan siempre tienen dos versiones: una en la que te sientas a esperar a que cambien y otra en la que tú decides cuándo cambiarlas. A mí me gustan las películas así, en versión original. Sin doblajes, sin dobleces.

Si vienes, si te atreves, no te prometo un viaje tranquilo, pero te puedo firmar ahora mismo y sin letra pequeña unas vistas que no hayas visto antes. ¿Te vale? Allí las penas saben a dos copas de vino que hablan de todo y todo lo arreglan, a calma que todo lo puede, a fuerzas que nunca se rinden. A ti, cuando decides que nada ni nadie puede decirte que no. A mí, que siempre fui más de decir que sí. A buenos días, días buenos y noches todavía mejores.

¿Los problemas? A pachas.
Pide una grande de soluciones con doble de me resbala y verifica que hayan puesto muchas bolsas de todo pasa por algo. Pago yo. Nos lo vamos a comer todo con las manos y si hace falta, repetimos. Uno nunca se empacha de madrugadas arreglando galaxias.

 

light

 

Lo digo en serio, vámonos. Coge lo que tengas ahorrado y cámbialo por inconformismo aderezado con un poco de eso que te revolotea en el estómago cuando sabes que algo grande va a pasar. Sueña, sueña fuerte y sueña bonito, apúntalo y me lo cuentas por el camino. Ya nos las arreglaremos para hacerlo realidad.
Y si no, soñamos bonito otra vez.

Venga, tengo los billetes. Vamos a invadir Nunca Jamás. Quiero verte volar. Quiero verte bailar. Si quieres bailamos. Si quieres, nos reímos del mundo y de quien dijo que no se puede tener todo lo que se quiere. Si quieres, aprendemos a querer todo lo que tenemos, también. Podemos encender una luz que marque el camino hacia donde la vida se ve de otro color ; ese que sólo reconoce quien comprende que la vida no está para verla pasar, sino para vivirla. Y que nos quiten lo bailao. Míranos, no bailamos tan mal.

dance

 

Vamos. El ritmo lo marcamos tú y yo. Tú di lugar y yo digo hora. Dime cómo y lo hacemos, dime cuándo y nos vamos. Dale gas, date brillo, dame más. Lo demás lo pongo yo. Te prometo que no está tan lejos, déjate llevar. Solamente tenemos que girar en la segunda estrella a la derecha, y volar hasta el amanecer.

¿Lo ves? Hace un rato que tus pies ya no están pegados al suelo. Hay viajes que no entienden de alturas. Hay historias que no tienen medida. Sigue así, no mires hacia abajo. Sin miedo. Ya no hay quien nos pare.

Y para cuando lleguemos, tengo un plan. Te cambio tus peros por un montón de atardeceres a campo abierto. Tú sólo respira. O no respires, que a veces también sobra. Te cambio las apariencias por mil formas de existir que aún no se han inventado. Te propongo un lugar en el que reírse es lo más serio y ser tú nunca valió más la pena.
Te invito a ver lo que pasa cuando no te importa el qué dirán.

 

happ

 

Te cambio diez noes por un sí. Te compro las ovejas que no te dejan dormir a cambio de historias que contar.
Las oportunidades empiezan aquí. The time is now.

Te invito a donde la vida siempre es un buen lugar en el que estar, pase lo que pase.

Vámonos.
Vamos a invadir Nunca Jamás.

¿Te das cuenta? Hace quince líneas que nos hemos ido.

good

ECGXIII.


Cortometraje: La Mecedora

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Esta vez fue Alfonso González quien quiso convertir el post La Mecedora en algo más que texto. El resultado fue un cortometraje “grabado con 0€ de presupuesto y mucha ilusión” que se presentó el pasado mes de agosto en Astorga.

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ECGXIII.

The Best & Brightest: entrevista en la Barra del Bar

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Una nominación de VicentYz un buen sábado de octubre. Así empezó todo. Con ibuprofeno de por medio pero siempre viendo la parte más brightest de la situación.

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Captura de pantalla 2016-01-07 a las 7.39.45

Y como nunca se abandona a un camarada, finalmente tuvimos entrevista en la Barra del Bar con el equipo de The Best & Brightest.

Muchas gracias por vuestro tiempo y originalidad. Keep writing!

Leer entrevista

ECGXIII.

Estimadas manos: Nadie y ECGXIII

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“Estimadas manos…” Así empezaba Nadie el primer correo de tantos que vendrían después. Y digo tantos, porque lo que empezó como un contrabando de creaciones terminó convirtiéndose en un intercambio de remedios contra la resaca y anécdotas para no dormir.

Captura de pantalla 2016-01-07 a las 7.05.12

Estimado John Oliver, gracias por aquel libro que recibí un frío mes de diciembre de 2013 y, sobre todo, muchas gracias por tus dibujos, incluídos en dos posts muy importantes y que forman parte de este cajón desde hace ya tiempo.

Captura de pantalla 2016-01-07 a las 7.17.07

Twitter / FB

ECGXIII.

Di que sí

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“No hay segundas oportunidades en este minuto que vives. No vas a tener dos hoy ni dos mañanas. Así que vive segundo a segundo. Bésalo si aún no lo has hecho, grita, corre, sueña despierto, no hagas listas, vívelas. Vuelve a ser un niño, enamórate mil veces en una sola, sonríe, disfruta. Porque sólo hoy es hoy y es fantástico.” (Se busca dueño)

Corre, levántate.
¿Qué haces? ¿No te das cuenta?
Estás vivo.

Lloras, porque estás vivo.
Te duele, porque estás vivo.
Así que levántate.
Porque
Estás
Vivo.

No importa cuántas veces te digan que no puedes. ¿Una? ¿Diez? ¿Mil? ¿Un millón? Da igual. La única verdad que hay en todo eso es que eres tú quién decide si puedes o no. Y punto.

Te van a decir tantas veces que seas alguien que no eres…Que no corras, que hagas mejor esto que lo otro, que eso que piensas es un error, que cómo se te ocurre, que quién te crees que eres, que te pongas a la cola, que eso es una locura, que lo dejes. No hagas caso. No hagas ni puto caso, nunca.

¿Sabes? Un día alguien me dijo una cosa muy simple que no se me olvidará nunca:

– ¿Puedo pedirte tu opinión sobre algo?
– Sí
– Verás, no sé si debo…
– Sí
– ¿Sí qué?
– Que sí

Di que sí. Siempre di que sí antes de decir que no. Believe me, el tiempo y la vida ya se encargarán de ponerte los puntos donde consideren que tienen que ponértelos. Pero mientras tanto, tú di que sí.

Corre, salta, lucha, disfruta, pelea por lo que quieres, sal, descansa, vuelve a empezar, déjalo todo, aprende algo nuevo, cáete, suda, atrévete, ten cojones, equivócate, viaja, haz magia, comparte, diviértete, folla, llora, grita, enfádate, quiere, abraza, cambia, levántate. Sobre todo eso: levántate siempre. Y no te confundas, tu peor enemigo siempre serás tú mismo. Fuerza de voluntad no es hacer, si no dejar de hacer.

Deja de quejarte. Estás vivo y hoy, por lo menos, has visto la luz del día, has sentido el sol en la cara, has olido un café, has comido, has hablado con alguien que te quiere y has pasado un día más en el mundo. Piénsalo. Y deja de quejarte.

chapterone

¿Que la vida es difícil? Claro que es difícil. ¿Quién te dijo que era fácil? Nadie, ¿Verdad?. Nadie te ha prometido nunca que lo fuese así que, levántate. Mueve el culo. Todo lo que merece la pena es difícil y si te han contado lo contrario te han mentido. Aterriza, que hay una pista esperándote.

Espabila. Nada ni nadie va a esperar por ti eternamente. ¿Eso de que los trenes pasan sólo una vez? Verdad verdadera. Súbete, que para bajarse siempre hay tiempo. ¿Que va muy rápido? Claro. La vida se pasa así, rápido. Un día de estos, si tienes mucha suerte, tendrás ochenta años y te parecerá que no has tenido tiempo suficiente para hacer todo lo que te hubiese apetecido hacer. O no. A lo mejor habrás hecho todo lo que querías y te vas tranquilo.

Que no te mientan, no existe ese libro en el que pone cómo y cuándo hay que hacer las cosas. Eso lo tienes que escribir tú. Haz las cosas cuando te latan, no cuando las hagan los demás. Tus sueños son tuyos, que nadie te los toque. Y no, los cojones tampoco. No te dejes.

locura

Aprende a dejar ir y a irte tú también. Corre si lo necesitas, como si no hubiese un mañana, porque de hecho tal vez no lo haya. Date el gusto de descubrir quién corre detrás de ti.

No necesites, simplemente quiere. Quiere mucho y aprende a querer bien, hasta que te duelan las manos y se te gaste la voz. Con el tiempo te darás cuenta de que en el fondo uno no se arrepiente de querer y que, al final, gana más el que más da. Siempre.

Sueña. Fuerte. Mucho. Bonito. Todo el rato. Sin parar.

Hazte eterno. En una canción, en una carta, en una foto, en los recuerdos de otra persona. Créeme, no estás aquí por casualidad. Y si así fuera, eres una casualidad maravillosa.
Sí, tú, como te llames.

Muévete. Ahora mismo. Es sólo un momento, de verdad. Busca un espejo y mírate. ¿Qué ves? ¿Te gusta? ¿No? Cámbialo. No eres un árbol, por suerte. Hacen falta 21 días para crear un hábito y una decisión consistente para romperlo. Tú decides.

gogh

Levántate. No hablo de los pies, hablo del alma. Levántate por lo que quieres y contra lo que no te gusta, levántate por quien se merece que te levantes, levántate por ti y por todos tus compañeros. Que te levantes, coño. Que se vea a qué has venido. Hay cosas ahí fuera esperando a que alguien las haga. No te las pierdas.

Y cuando te estampes y ruedes cuesta abajo, que lo harás, recuerda que un corazón roto duele, pero más duele lo que no te atreves a hacer.

Nada de lo que haces da igual.
Nada de lo que no haces da igual.

¿Estás vivo?

Di que sí.

arriesgate

ECGXIII.

Primavera traicionera

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«El amor es la expedición más arriesgada que existe» – Ben Clark

Éramos dos.
¿Te acuerdas?

Contra el mundo, contra corriente, contra reloj.

Tic, tac. Tiempo muerto.

Apareces por la puerta.
Del bar, de mi vida, de mis recuerdos.
Me miras. Como quien mira las cosas que sólo pasan una vez.

Éramos dos, antes. Eternos mientras duramos, para siempre mientras quisimos. Me pregunta el cenicero si pretendo matarme de recuerdos.

¿Qué tal estás?
Abran fuego.CARROLLSe vuelve a terminar el invierno, una vez más. Otro año que se va. La primavera traicionera me susurra al oído que los cerezos siempre vuelven a nacer.

Y aquí estamos, dos desconocidos que se quieren sonar, intentando encontrar los restos del naufragio de una vida que se quedó por construir. Dos niños que no quieren crecer, jugando a recordar madrugadas que hicieron mella en los huesos de la libertad. Aquí estamos, con las manos llenas de ojalás.

Ojalá mis ojos que no ven fuesen un corazón que no siente.
Ojalá, manchas de mora que no se borran jamás.
Ojalá, huidas que nos prometimos cara al mar.
Ojalá, esperanzas que se enfrían al calor de un gintonic.

Qué fue de tus sueños, qué fue de tus ganas.
Qué fue de ti, qué fue de nosotros. No te voy a olvidar, nos dijimos. Y cómo me jode mantener mi palabra. Qué fue de mí, buscando palabras para decirte adiós.

Parece que fue ayer. Ojalá.

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¿Cuánto dura el dolor cuando es eterno? Qué fuertes somos, capaces de hacer como si nada de un todo. Ni contigo, ni sin ti. Cómo escuecen las noches desde que no nos las deseamos buenas. Se me atragantan las madrugadas en esta pecera de sueños compartidos que ya no serán. No volví a decir te quiero.

Qué lejos quedó París, la ciudad del amor que no supimos cuidar. Brillan luces que no saben de tus triunfos ni de los arcos por los que paso intentando no pensar.

Y aquí estamos. Tú y yo. Dos locos jugando a un escondite con trampas en el que nadie se acaba de encontrar. Te miro y sólo veo un montón de mañanas que se perdieron por el camino y llegan tarde a ver salir el sol.

Y vuelvo. A la playa en la que un día nos juramos debernos la vida, mientras se me acaban los días y me siguen sobrando los puntos suspensivos que escribí. Esos con los que hago malabares para ver si, en una de estas, consigo terminar la frase que nunca tuve el valor de decirte.

Todavía me pregunto qué hubiese pasado si en vez de bailarnos las mentiras nos hubiese dado por dedicarle un tango a la verdad. Qué hubiese pasado si nos hubiésemos declarado la paz. Todavía me pregunto qué pasa en tus trincheras, qué pasa cuando te quedas, qué pasa cuando no huyes por tu miedo a que te quiten el disfraz.

Ya sabes, la suerte sonríe a los valientes y en un momento de heroica insensatez te dejé leerme entre líneas y rozarme las ideas. Te dejé tocarme las cuerdas de una guitarra que ahora me pregunta si estoy mal de la cabeza.

jude

Sal de mí, que ya no quiero quererte, que le he puesto tu nombre a las cosas imposibles que uno sueña cuando se siente valiente. Me cansé de beberme tus vientos y todavía me faltan fuerzas para soplar las velas que ya no me ves cumplir.

Sal de mí, que tengo mucha guerra a las espaldas y ya no libro batallas que no van conmigo. Presumo de indiferencia para que nadie se dé cuenta de que vivo limando los barrotes de mi propio ego.

Sal de mis ojos, que miran aquella foto y ya no ven el mundo del mismo color. De mí, que hace tiempo que lo siento todo y no siento nada. De mí, que entendí que hay palabras que no se las lleva el tiempo.

Esconde esa sonrisa donde yo no pueda verla y no vuelvas.
Que casi consigo decirle al espejo que todo fue un sueño.

ECGXIII.

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